Ruidos
Le costaba creer a sus padres cuando le aseguraban que no había nada malo detrás de aquella puerta, y que los ruidos que oía por la noche eran sólo fruto de su imaginación. De noche, tras hacerse el dormido, pegaba la oreja a la pared, y no tardaba en escuchar esos lamentos, gemidos guturales, y esos ruidos húmedos de carne masticada. Cada día su miedo era mayor, hasta que una noche los ruidos cesaron. Durante algún tiempo creyó que todo había pasado, y volvió a abrazarse a sus padres con confianza, hasta que le anunciaron que iban a cambiarlo de habitación.
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