Conversos
Eran los de la secta los que llamaban a mi puerta. Me dijeron que en la última reunión que habían tenido en su templo, habían llegado a la conclusión de que no estába bien ir de puerta en puerta intentando inculcar a los demás tus creencias, sin preocuparte de si se estarán duchando, o viendo la tele, o realizando actividades más fructíferas que las tuyas. Me pidieron disculpas por todas las veces que habían venido a venderme esas revistas con dibujos inquietantes de gente sonriente, y me aseguraron que nunca más me pedirían que creyera en dios. Y se fueron.
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