Cien Palabras ha cumplido 10 años. Gracias a todos.

Parece mentira. Hace diez años empece a escribir estos pequeños cuentos, y cree esta página para darlos a conocer. Al principio la intención era escribir uno cada día, pero al final la cosa se fue espaciando, lo que me remuerde la conciencia, pero que le vamos a hacer...

Os digo de verdad que intentaré ser más constante. Pero la voluntad es débil. Así que, como oí una vez: "No puedo aseguraros que lo intente, pero os aseguro que intentaré intentarlo."

Muchas, muchas gracias a todos. Gracias por leerme y, un poquito, por entenderme.


Jordi Cebrián



Éstos son mis cuentos de Cien Palabras.


Ocupan eso, 100 palabras exactas, sin contar el título.

Leed uno.
Despues otro.
Despacio, sin prisa.
Hay muchos, centenares de ellos.
Para sonreir, para reflexionar, para estremecerse...
Teneis tiempo, volved cuando querais.

31 marzo, 2004

La vaca detective

La vaca detective aceptó el caso con recelo, pues temía que detrás de todas aquellas desapariciones hubiera algo grande, más grande de lo que ella podía manejar. Las investigaciones se estaban complicando, las pistas ocultaban otras pistas, y algunas de las testigos no se atrevían a dar toda la información. Rumiando mansamente, su cerebro lógico iba organizando los datos, haciendo encajar las piezas. Finalmente, todos los indicios apuntaban hacia aquel edificio. Se adentró de noche, cuando no había actividad, y descubrió el horror inimaginable, una auténtica sistematización del asesinato en serie. Y todas allí, tantas, decapitadas, despellejadas, colgando boca abajo.

25 marzo, 2004

Antes de ir a dormir

Su padre intenta convencerla de que no hay monstruos en el armario, y ella le hace creer que lo comprende, que ya es mayor, que si su padre le muestra que tras las puertas no hay cosas con dientes ni ventosas, dormirá tranquila por la noche, soñando esos sueños inocentes que los adultos creen que las niñas sueñan, y su padre la tapa y le da un beso, y ella espera un poco para levantarse y abrir de nuevo el armario, pues claro que hay monstruos, y debe alimentarlos, pues hambrientos podrían devorar a su padre, que no les ve.

24 marzo, 2004

Instrucciones para resolver un laberinto

Teseo se ofreció voluntario para entrar en el laberinto, pero el rey decidió que sería más efectivo lanzar una operación militar a la que bautizó “Rejoneo”. Helicópteros de combate, a base de misilazos, derribaron gran parte de los muros y pasillos que hasta entonces formaban ese dédalo intrincado e inaccesible. Luego llegó la infantería. Tomaron posiciones entre los escombros y avanzaron, sin dejar de disparar, hacia el interior humeante. La histeria de quienes creían ver cuernos entre las sombras provocaron muchas bajas por fuego amigo. También murieron algunos periodistas griegos aplastados por cascotes. Y el minotauro aun no ha aparecido.

15 marzo, 2004

Cuentos dormidos

Los cuentos estaban dormidos. Se sentía paralizado, primero por la pereza, luego por el horror, más tarde por la indignación y, finalmente, por la esperanza. Sentado ante la ventana, el anciano veía cristalizar lo que antaño parecían cuentos improbables, tan reales ahora, tan presentes. La sangre y los muertos ya no eran sólo recursos literarios, sino un dolor hondo, compartido. El anciano veía desconcertado discurrir el mundo allí fuera, desorbitado, maldades envueltas en mentiras. Entonces respiró profundamente, cerró la ventana, y retomó la pluma, sabiéndose en inferioridad ante esa realidad autónoma y furiosa que, una vez más, imita al arte.

04 marzo, 2004

Cuerpo extraño

Le operaron de un quiste en la muñeca, y cuando volvió a casa sintió que le habían dejado algo dentro, algo metálico, pequeño y esférico que emitía señales. Intentaba palparlo, se rascaba la cicatriz hasta hacerse daño, y el miedo en su interior crecía. Fue al hospital: le hicieron radiografías para mostrarle que no tenía nada, pero ni así les creyó. Confiaba más en sus sentidos que en la ciencia abstracta. Le recetaron tranquilizantes y lo mandaron a casa. Al llegar se los tomaría, con mucho whisky, para ahogar el dolor y poder sacarse el emisor, dijeran lo que dijeran.