Cuentos dormidos
Los cuentos estaban dormidos. Se sentía paralizado, primero por la pereza, luego por el horror, más tarde por la indignación y, finalmente, por la esperanza. Sentado ante la ventana, el anciano veía cristalizar lo que antaño parecían cuentos improbables, tan reales ahora, tan presentes. La sangre y los muertos ya no eran sólo recursos literarios, sino un dolor hondo, compartido. El anciano veía desconcertado discurrir el mundo allí fuera, desorbitado, maldades envueltas en mentiras. Entonces respiró profundamente, cerró la ventana, y retomó la pluma, sabiéndose en inferioridad ante esa realidad autónoma y furiosa que, una vez más, imita al arte.
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