Monstruosidad
Llevaba meses haciéndolo sin que nadie sospechara sus atrocidades. Los sábados entraba de noche en la iglesia descolgándose desde el tejado por unas vigas de madera, abría la puerta de la sacristía, y cambiaba el vino sacramental por vino de taberna. Se arrodillaba en medio de la pequeña sala, rezando a dioses diferentes para que quitaran de aquel lugar toda la fuerza, toda la magia. El domingo por la mañana se sentaba en un banco a ver salir la gente de la iglesia, y sentía un placer cruel en la certeza de que les había condenado a todos al infierno.
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