Jugar a muñecas
No le importaba que su hijo jugara con muñecas, era un padre sin demasiados prejuicios. Pero le costaba aceptar el modo en que jugaba: les clavaba largas agujas, las rellenaba con hierbas extrañas recogidas del campo, o les arrancaba las cabezas y las colgaba en ristra del techo de su habitación. En una ocasión su hijo puso en círculo a sus muñecas mientras, en el centro, dirigía una especie de aquelarre infantil. El padre ya no lo soportó más. Enfadado, le recordó que una cosa era jugar con muñecas y otra lo que hacía él: eso eran cosas de niñas.
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