El caparazón de la tortuga
Le habían regalado la tortuga para que no se sintiera sólo, allí en su piso. No le gustaba demasiado el animal, pero se obsesionó con las manchas y dibujos de su caparazón. Aquellas formas y simetrías, códigos que pedían ser abiertos, símbolos con significados arcanos. Estudió y analizó aquel lenguaje. Llegó a conocer de memoria cada curva y relieve, y ensayó con letras y con cifras buscando un sentido que se le escapaba.
La tortuga murió. No la había alimentado. De cuclillas, en una esquina, mirando concentrado el caparazón vacío, sigue buscando signos y portentos. Sólo eso, un caparazón vacío.
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