Lugares susurrados<
Cuando ya no había otros bares ni otras luces en la calle, aun podía entrarse allí, una caverna oscura decorada con velas y seda roja, cojines en el suelo, miradas penetrantes desde las tinieblas de algún rincón. La música: vibraciones de cuerdas, algún metal profundo, un latir rítmico y cautivador. Algunas mujeres se atrevían a entrar solas, seducidas por misterios que la ciudad susurra. Se sentaban inquietas, excitadas, temerosas, y bebían un licor peculiar, un destilado fuerte, acre. No tardaban en tener compañía, en sentir ese placer prohibido de palabras seductoras, de una boca en el cuello vaciándote de sangre.
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