Saberse querido
El emperador exigió a sus consejeros conocer todo lo que su pueblo escribía sobre él. Quiso que cada carta de sus ciudadanos fuera copiada, para poder leerlas cuando quisiera, y ordenó construir un inmenso almacén, de granito y mármol, donde clasificar cada misiva según el autor o el destinatario. Creó un cuerpo de inspectores imperiales, entrenados en técnicas de lectura rápida, que buscaban párrafos donde pudiera intuirse menosprecio o desdén hacia el imperio o su gobierno. El emperador descubrió satisfecho que, tras las primeras condenas a muerte, la opinión que los ciudadanos tenían de él en las cartas, mejoró espectacularmente.
Éstos son mis cuentos de Cien Palabras.
Ocupan eso, 100 palabras exactas, sin contar el título.
Leed uno.
Despues otro.
Despacio, sin prisa.
Hay muchos, centenares de ellos.
Para sonreir, para reflexionar, para estremecerse...
Teneis tiempo, volved cuando querais.
12 junio, 2002
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