Éstos son mis cuentos de Cien Palabras.
Ocupan eso, 100 palabras exactas, sin contar el título.
Leed uno.
Despues otro.
Despacio, sin prisa.
Hay muchos, centenares de ellos.
Para sonreir, para reflexionar, para estremecerse...
Teneis tiempo, volved cuando querais.
Aprenden a leer de muy pequeños, y escriben pronto, con letras precisas y claras.
Leen entonces libros antiguos, y extraen orgullos y certezas.
Escriben cartas largas, repletas de evocaciones, que sus familias leen, honrados de tenerles tan lejos, aprendiendo.
Se hacen expertos en palabras, las buenas y las malas, las que deben repetirse y las que no pueden pronunciarse.
Escriben los nombres de sus dioses y queman papeles con falsos dioses que otros escribieron.
Leen los Textos, de los que nadie puede escribir.
Y escriben en su frente la Palabra, antes de inmolarse en la plaza, en día de mercado.
Tanto tiempo sin escribir. Tantas veces intentándolo. Tan extraño presentir que la imaginación tiene tuberías que pierden, que las imágenes llegan turbias y borrosas. Acaso está todo dicho, acaso no quedan cuentos por contar, la ficción y lo real fundidos ya en pantallas tridimensionales. Y también la vergüenza de saber que cada pequeña historia estaría mejor contada de otro modo, con otras proporciones. El miedo a salir ahí fuera con algo vulgar, que no mejore el silencio ni el monitor en blanco. Y ponerme a prueba, soñar a hombres perderse en ciudades extrañas, buscando verdades, sabiendo que morirán o matarán.