Éstos son mis cuentos de Cien Palabras.
Ocupan eso, 100 palabras exactas, sin contar el título.
Leed uno.
Despues otro.
Despacio, sin prisa.
Hay muchos, centenares de ellos.
Para sonreir, para reflexionar, para estremecerse...
Teneis tiempo, volved cuando querais.
Algo se estropeo en el ordenador central, y la realidad empezó a resquebrajarse. La gente dejó de temer a las verdades, ya no se conformaban con mentiras nuevas, aunque se las explicaran con convicción y carisma. Desaparecieron banderas y totems, y el mundo buscó caminos nuevos, alejados de dioses y promesas póstumas. Los puritanos dejaron de reconcomerse por la felicidad ajena, y los sacerdotes confesaron sus mentiras. Se dejaba crecer a los niños aprendiendo de la libertad y el miedo. Hasta que los técnicos corrigieron el error, recuperaron el estado anterior, y todo fue de nuevo como debe ser.
Cuando apareció la gripe equina se dejó de hablar de la gripe ratonil, igual que ésta había sustituido a la porcina en los titulares; y como, antes, la porcina sustituyó a la aviar. Ahora ya no sólo recomiendan el uso de mascarillas, sino también unas pulseras magnéticas que fabrica el cuñado del presidente. Pero la gente ya no tiene tanto miedo al contagio como antes: hace muchos años que nadie sale de casa, por si acaso, y los contactos se limitan al ciberespacio. Las calles están vacías, pero por televisión insisten que no nos confiemos y llevemos todos las pulseras.
Los últimos habitantes marcan las paredes con figuras de dioses sanguinarios, para ahuyentar a las fieras de metal; queman las casas vacías, para que no las habiten monstruos; y se reunen junto al fuego, para cantar historias de cuando existía la ciudad, en otra era, antes de que excavadoras arrasaran hogares, iglesias y prostíbulos, y alzaran en su lugar locales de diseño. Acorralados, algunos resistieron ocultos en túneles y bóvedas, y por las noches atacaban a los guardianes y derruían lo edificado durante el día, hasta que nadie más quiso construir allí, temerosos de cuchillos y hachas, y crueles divinidades.
(Este relato está inspirado en una fotografía de Lapicero)