Éstos son mis cuentos de Cien Palabras.
Ocupan eso, 100 palabras exactas, sin contar el título.
Leed uno.
Despues otro.
Despacio, sin prisa.
Hay muchos, centenares de ellos.
Para sonreir, para reflexionar, para estremecerse...
Teneis tiempo, volved cuando querais.
Entró a trabajar en la empresa y, como no quedaba sitio, lo instalaron en el ascensor. Allí se quedó, en un rinconcito con un pequeño pupitre. Quienes subían y bajaban se extrañaron al principio, pero con el tiempo se acostumbraron. Le hacían bromas, intercambiaban confidencias, y cuando volvían de almorzar le traían un croissant. Pero sus superiores se quejaban. Decían que se distraía demasiado y que le costaba concentrarse en su trabajo. Vino a verle el jefe de personal, y en el tiempo que se tarda en ir desde el primer piso hasta el último, le comunicó que estaba despedido.
Allí tras cada portal hay un pecado; tras cada mirada, un secreto; tras cada tentación, un peligro. Los derrotados por su miedo, los que odian la vida, los que esconden su tedio en la rutina, no transitan de noche las calles de este barrio. Pero los que al miedo imponen su voluntad, los que ante la muerte inevitable quieren que la vida brille y sea peligrosa y que resuene, entran al barrio oscuro cuando ya no hay luz. Se invoca al olvido, se cruzan apuestas y besos. Amor y riesgo, libertad y temor. Vida, en fin, en el barrio oscuro.
Mi comunidad de vecinos lleva tiempo enfrentada con la del bloque de al lado, discutiendo como deben arreglarse unas tuberías del patio común. Les amenazamos con abogados, y un vecino les mandó algo parecido a un requerimiento, así que se dieron por vencidos. Como muestra de buena voluntad dejaron en nuestro portal la estatua de un cobaya gigante que habían fabricado entre todos. Nuestro conserje, que es tonto, la entró a la portería, y por la noche salió de su interior el presidente del bloque vecino, y al despertarnos ya había arreglado las tuberías como le había dado la gana.
Desde la noche que la atacaron, tenía miedo. Hoy en el metro vio a un hombre, y algo en su mirada la atemorizó. Luego, camino de casa, volvió a verle. Aceleró el paso hasta escapar, pero después, en su escalera, allí estaba, esperándola, con aquella mirada. Ella gritó, salió corriendo, pero en la puerta él la agarró, estate quieta, estate tranquila. Ella le golpeó, siguió corriendo, gritando, y allí estaba él, en el paso de peatones; y dentro del coche; y sentado en aquel banco; y vestido de policía, corriendo hacia ella, pidiendo ayuda por radio, si, rápido, está loca.
Se convocó una reunión de vecinos para prohibir tener leones en las casas. Algunos replicaron que nadie tenía leones ni pensaban tenerlos, pero el presidente argumentó que en estos casos es mejor prevenir que curar, y que nunca se sabe. Aprobada la moción, se pidió luego una inspección casa por casa para verificar que, en efecto, no hubiera leones. Muchos alegaron su derecho a la intimidad, pero, por prudencia, se autorizaron las inspecciones. Esta tarde el presidente ha de venir a mi casa, y he de mostrarle todas las habitaciones, incluso la del fondo, justo hoy que no ha comido.