Éstos son mis cuentos de Cien Palabras.
Ocupan eso, 100 palabras exactas, sin contar el título.
Leed uno.
Despues otro.
Despacio, sin prisa.
Hay muchos, centenares de ellos.
Para sonreir, para reflexionar, para estremecerse...
Teneis tiempo, volved cuando querais.
A mirar bajo la cama, y que sea verdad, y existan monstruos; a que muera el amor; a que algo obstruya nuestras venas y la sangre no fluya; a que la noche nos sorprenda fuera, sin saber volver; a no importar a nadie; a que el metal desgarre nuestra débil coraza; a perder a los nuestros; a morir de aburrimiento; a que en nuestro interior algo empiece a crecer implacable; a dejar de ser sin darnos cuenta, y que nuestro cerebro se disuelva lentamente, y un día la baba se nos escape, sin saber decir ya que no, que basta.
Entran los veinte en la sala, y en seguida empiezan a hablar, y exponen, y replican, y sugieren, y exigen, y proclaman, y desglosan, y planifican, y listan y validan, y se animan unos a otros. Luego toman un café, van a comer y rien juntos. Y por la tarde, aun un ratito más, vuelven a reunirse, y a exponer, y a replicar, y a decidir, y a animarse. Al final, cuando ya se cansan de desbarrar y apetece irse a casita, se encargan de lo más importante, y eligen, de entre quienes no han venido, al responsable del proyecto.
Compré una preciosa colección de muñecas de porcelana, con sus vestidos exquisitos, sus originales sombreros, sus rostros únicos. Las puse en fila sobre sus soportes en lo alto de una estantería, y al día siguiente vi que una de ellas había caido, destrozándose. Comprobé que las demás permanecieran estables, pero por la mañana otras dos se habían suicidado. Intenté afianzarlas con alambres, pero fue inútil. Ya sólo me quedan dos. Esta tarde, mientras las aseguraba a sus soportes, capté por un instante la mirada fugaz de una de ellas, y supe, con certeza indemostrable, que no se trataba de suicidios.
Al volver de vacaciones mis compañeros de trabajo observaron el collar que llevaba y dijeron que estaban de acuerdo conmigo. Yo lo compré porque era bonito, e ignoraba que tuviera significado alguno, así que sonreí estupidamente y al llegar a casa busqué por internet sin encontrar nada. Pero en la calle muchos se cruzan conmigo sonriendo de manera cómplice. Hoy, en el ascensor, una chica vió mi collar y me besó. "Yo también", me dijo, "yo también", y se fue sonriendo. Por la tarde un vecino bigotudo me hizo lo mismo. Estoy por dejar de llevarlo, pero es tan bonito...
El pasillo se repite desde sí mismo, cada puerta son más puertas, y más pasillos. A veces, en el suelo, pan y una jarra de agua. Suficiente para recobrar fuerzas y proseguir. Entonces la luz desaparece y anda a tientas, más lentamente. Tras un tiempo de deambular desorientado vuelve la luz, y puede percibir el aroma a comida caliente llegando de alguna bifurcación. Sigue el olor, y llega a una sala donde tras unas rejas hay carne asada. Junto a la reja una palanca. Más arriba, fuera de los pasillos y las puertas, el ratón anota tiempos y evalúa reacciones.