Éstos son mis cuentos de Cien Palabras.
Ocupan eso, 100 palabras exactas, sin contar el título.
Leed uno.
Despues otro.
Despacio, sin prisa.
Hay muchos, centenares de ellos.
Para sonreir, para reflexionar, para estremecerse...
Teneis tiempo, volved cuando querais.
Orden y concierto
¿A quién llamarás cuando la policía te golpee y te robe? ¿Cómo ocultarás tu intimidad a los vigilantes que te protegen? ¿Que camino seguirás cuando todos sean de peaje, y se llenen de cámaras y restricciones? ¿A quién sorprenderás cuando debas informar de tus intenciones con tiempo suficiente para que se contrasten y autoricen? ¿Abrirás la puerta de tu casa a todos los inspectores, y les mostrarás armarios y cajones? Morirán los juegos: el del escondite, el de contar mentiras, el de traicionar por amor. Deberás consolarte con tu orden de pesebre, con la seguridad que compraste vendiendo tu alma.
Como tenía un rato me acerqué a Manchuria, donde la gente es muy maja y siempre tienen para ti cerveza de arroz y leche de yak. Tras la comida pasé por Tegucigalpa a comprar unas máscaras que vi ayer, y fui para Berlín, al congreso. Mientras los expertos debatíamos, llamaron a un restaurante chino, de Shanghai, para que nos trajeran rollitos. Yo tuve que salir un momento a Zambia a comprar un regalo para mi hija, que está en Reikiavik con unas amigas y no volverá hasta mañana. Al volver mis colegas estaban concluyendo que sí, que la globalización existe.
Durante la campaña electoral, uno de los candidatos hechizó al contrario con un encantamiento de confusión, que liaba sus palabras y enajenaba su razonamiento. El público no lo notó demasiado, pero en la tele aprovecharon para editar videos cómicos con sus palabras. Para vengarse, un grupo de presión contrató un hechicero para que cambiara de color al candidato enemigo, y cuando éste se tornó negro, lanzó a su vez un grimorio de halitosis contra su adversario. Muchos electores, hartos ya, el día de las votaciones encantaron sus papeletas antes de meterlas en la urna, para que ganara quien ganase, perdiera.
Para evitar los males, había que ofrecer palabras en sacrificio a los dioses. Se sacrificaron primero palabras menores, de las que sólo servían para nombrar flores extrañas o lugares lejanos. Pero las amenazas continuaban, y los dioses pidieron más palabras, así los sacerdotes sacrificaron muchos sinónimos, pues tenían sustituto, pero los dioses querían más. Pronto dejaron de usarse las palabras que indicaban emociones, por superfluas, y aquellas que nombraban cosas valiosas, pues eran las más queridas por los dioses. Y como los males no acababan, también los nombres propios fueron sacrificados, y los apodos, y hasta el nombre último murió.
Yo no quería comprar esas bombillas modernas, pero mi mujer insistió, y ahora nuestro piso tiene una luz extraña que refleja cosas inexistentes. Mi mujer asegura que es manía mía, que esas bombillas están homologadas para cansar menos la vista. Que diga lo que quiera, pero cuando enciendo la luz en las habitaciones, veo durante un segundo personas y cosas que no están, y que se desvanecen de inmediato. Ya no me atrevo ahora a entrar nunca en mi biblioteca a oscuras, pues temo topar contra alguien a quien no veo y que está hojeando probablemente mis libros de fantasmas.